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Hace 80 años atrás, un 1° de junio

Voy a narrarles un suceso interesante, que dice en relación a ser humano, donde queda en manifiesto que el hombre, es capaz de dejar de lado sus propias ideas y actuar en forma armoniosa y fraternal. Esto lo hizo posible una idea simple, pero brillante, la que sirvió para unir, aunque sea por un instante a los hombres de diferente bandos.

Corría el día 1 de junio de 1937, en momentos en que la guerra civil española estaba a todo dar. Sucedió en una cancha de futbol, la misma donde hoy se realizan emocionantes contiendas deportiva, junto a la carretea M30 y el puente de los franceses, sobre el rio manzanares en Madrid.

No es muy conocido que en este lugar, se produjo uno de los sucesos más conmovedores de la Guerra Civil española. En momentos en que los hermanos de una u otra forma, se habían convertido en enemigos, por un instante, un majestuoso instante, dejaron de serlo.

En ese entonces esta explanada era un sitio eriazo con una cancha de futbol olvidada. Lugar que separaba por un lado a la Colonia del Manzanares, guarnecida por los defensores republicanos de Madrid. Y por otro lado, detrás de unas casas de campo, parapetados los sitiadores franquistas.

Se cuenta por las calles del recuerdo, que situaciones como esta se vivieron más de alguna vez, a pesar que estaba considerado como “deserción ante el enemigo”, lo que podía acarrear la pena de muerte. A estos sucesos se le llamaban en el campo de batalla coloquialmente, como “Hacer una Paella”.

Seis meses antes, este lugar se había convertido en lugar de durísimos combates, precisamente en noviembre de 1936. Había por lo menos unos cuatrocientos combatientes entre ambos lados. A las dos de la tarde de aquel día primaveral, los responsables de los puestos de observación de la 11° División franquista y la 6° División republicana, no daban crédito a lo que veían su ojos. Una gran mayoría de soldados salían de sus posiciones, de sus trincheras, aprovisionados de diarios, cigarrillos y una que otra botella de exquisito mosto. Todos se dirigieron al encuentro de sus enemigos, sin la más mínima actitud combativa, sino todo lo contrario, a compartir.

Este encuentro había surgido en la guardia de esa madrugada, a viva voz entre una trinchera y otra, los cabos Ángel Carrillo Ramírez y Eustaquio Giménez Palomares por un lado y el soldado Fernando Cordero Marín por el otro, habían propuesto y acordado un intercambio de prensa.

A la hora señalada, el primero en salir en dirección al campo enemigo, declaró un teniente republicano, Amador Rodríguez. Fue un dinamitero que sacando un pañuelo blanco hizo señales al adversario, el que le contestó de igual forma. Saliendo ambos al centro del referido campo de fútbol y clavando en un círculo hecho en el suelo el cuchillo del primero y machete del segundo en señal de paz. Poniéndose a conversar amigablemente, y después poco a poco fueron saliendo de sus parapetos, tanto de unos como de los otros. Gran cantidad de hombres que se unieron formando grupos animados de conversación.

Los primeros efectivos republicanos que fueron al encuentro amistoso del enemigo, pertenecían a la cuarta compañía del primer batallón de la 4° Brigada, desplegada en la posición La Pasarela, en el subsector de la Florida, a la que se les sumaron también de otras compañías, hasta llegar a doscientos.

El jefe de esta unidad republicana, el capitán Jesús Salas Lirola, almeriense de 37 años, militar profesional, participó en la confraternización, estrechando la mano de un capitán y un alférez enemigos en las posiciones franquistas. La sorpresa del capitán Salas Lirola fue mayúscula al advertir que el alférez había sido compañero suyo en África, en la guarnición de Larache, antes de la guerra. Un soldado franquista escribió a su novia, “Hoy en este frente somos todos hermanos, bebiendo una botella de coñac, con los camaradas que tan buenos son”.

Todas las conversaciones fueron temas triviales y de España, nada de asuntos militares.

 

Por el lado franquista, entraron en contacto armonioso los doscientos combatientes de la 11°  División. La escena alcanzó tales proporciones  que obligo a los altos mandos a verificar el acontecimiento. El Comandante en jefe de 6° División republicana, el teniente coronel Carlos Romero, junto con los comandantes de batallón Eugenio Franquelo y Roberto Gutiérrez de Rubalcava, conminaron a voces a sus hombres a volver a sus posiciones.

Por parte franquista, el comandante de división y altos oficiales hicieron lo mismo.

El comisario político de la 6.ª División, Isidro Hernández Tortosa, llegó hasta el lugar. Su declaración fue clara ante el tribunal. “Llegamos allá y pudimos comprobar el caso bochornoso de que ambos bandos se abrazaban y se besaban en despedida”. “Lo sorprendente es que las mismas fuerzas se habían tiroteado con saña el día anterior”.

Por ambos lados se hicieron juicios a los oficiales responsables en esos momentos y se tomaron sanciones administrativas y otros fueron arrestados.

Pero al final, unas cuantas horas sirvieron para que los hombres de buena voluntad compartieran y demostraron que el hombre es capaz de ser, “Ser Humano”.

 

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